A todos nos ha pasado. Hay que tener cuidado, porque nuestro estado de ánimo juega un papel preponderante, cuando de tomar decisiones se trata.
Cuando uno está feliz todo se ve color de rosa, y cualquier cosa nos parece simple. La alegría nos impide ver las posibles complicaciones, y entonces, no calculamos con cuidado las promesas u ofrecimientos que podemos hacer. Y creo que hablo por todos, cuando digo que algunas veces, esto nos ha costado caro.
Cuando se está enojado, no solo se trata de no responder, sino también de no tomar decisiones. Yo soy justamente del tipo de persona, que cuando estoy disgustada, quiero decidir los castigos para todos los involucrados, y una vez que se me pasa, me percato de lo exagerada de mi reacción y lo poco realista de mis decisiones, así que me ha tocado aprender a relajarme y esperar un rato, antes de empezar a disparar rayos estilo Zeus. Y si de contestar hablamos... definitivamente, cuando estamos enojados es el mejor momento para practicar la meditación transcendental, enfocarnos en nuestra respiración o simplemente mordernos la lengua, porque es en estos momentos, que los peores vituperios salen de nuestras bocas.
Y cuando estamos tristes, nos parece que el mundo se acaba y nada tiene sentido ni remedio. Nuestro termómetro de pesimismo está al máximo, y a veces, hasta quisiéramos que la tierra se abriera y nos tragara. Mal momento para pensar, mucho menos para tomar decisiones. Nuestro cerebro está en corto circuito y no logramos hilar pensamientos lo suficientemente coherentes como para decidir racionalmente sobre algo, sobre todo si se trata de algo muy serio.
Así que para vivir sin remordimientos, sigue estos simples consejos:
- No prometas cuando estés feliz
- No respondas cuando estés enojado
- No decidas cuando estés triste
Feliz Semana,