jueves, 6 de enero de 2011

SIEMPRE SE APRENDE ALGO

A los 5 años, aprendí que a los pececitos dorados no les gustaba la gelatina.

A los 9, aprendí que mi profesora sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.

A los 10, aprendí que era posible estar enamorado de cuatro chicas al mismo tiempo.

A los 12, aprendí que si tenía problemas en la escuela, los tenía aún mayores en casa.

A los 13, aprendí que cuando mi cuarto quedaba del modo que yo quería, mi madre me mandaba a ordenarlo.

A los 15, aprendí que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano menor, porque mi padre tenía frustraciones mayores y la mano más pesada.

A los 20, aprendí que los grandes problemas siempre empiezan pequeños.

A los 25, aprendí que nunca debía elogiar la comida de mi madre cuando estaba comiendo algo preparado por mi mujer.

A los 27 aprendí que el título obtenido no era la meta soñada.

A los 28, aprendí que se puede hacer, en un instante, algo que te va a hacer doler la cabeza la vida entera.

A los 30, aprendí que cuando mi mujer y yo teníamos una noche sin chicos, pasábamos la mayor parte del tiempo hablando de ellos.

A los 33, aprendí que a las mujeres les gusta recibir flores, especialmente sin ningún motivo.

A los 34, aprendí que no se cometen muchos errores con la boca cerrada.

A los 38, aprendí que siempre que estoy viajando, quisiera estar en casa; y siempre que estoy en casa me gustaría estar viajando.

A los 39, aprendí que puedes saber que tu esposa te ama cuando quedan dos croquetas y ella elige la menor.

A los 42, aprendí que si estás llevando una vida sin fracasos, no estás corriendo los suficientes riesgos.

A los 44, aprendí que puedes hacer a alguien disfrutar el día con solo enviarle una pequeña postal.

A los 47, aprendí que niños y abuelos son aliados naturales.

A los 55, aprendí que es absolutamente imposible tomar vacaciones sin engordar cinco kilos.

A los 63, aprendí que es razonable disfrutar del éxito, pero que no se debe confiar demasiado en él.

También a los 63, aprendí que no puedo cambiar lo que pasó, pero puedo dejarlo atrás.

A los 64, aprendí que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado, nunca suceden.

A los 67, aprendí que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida, esperaste demasiado tiempo.

A los 71, aprendí que nunca se debe ir a la cama sin resolver una pelea.

A los 72, aprendí que si las cosas van mal, yo no tengo por qué ir con ellas.

A los 76, aprendí que envejecer es importante.

A los 91, aprendí que amé menos de lo que hubiera debido.

A los 92, aprendí que todavía tengo mucho para aprender.

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