miércoles, 26 de diciembre de 2012

La Sopa de Piedras

Hace muchos años, había un país que acababa de pasar por una guerra muy dura. Como ya es sabido las guerras traen consigo rencores, envidias, muchos problemas, muchos muertos y mucha hambre. La gente no puede sembrar, ni segar, no hay harina ni pan.

Cuando acabó la guerra y el país estaba destrozado, llegó a un pueblecito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre.  Era muy alto y delgado.

Hambriento llegó a una casa, llamó a la puerta y cuando vio a la dueña le dijo:
- Señora, ¿No tiene un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?
 
La mujer le mira de arriba a bajo y responde:
- Pero, ¿estás loco? ¿No sabes que no hay pan, que no tenemos nada? ¡Cómo te atreves!

Y
lo sacó fuera de la casa a golpes y a patadas.
 
El pobre soldado prueba fortuna en una y otra casa, haciendo la misma petición y recibiendo a cambio peor respuesta y peor trato.  Casi desfallecido, el soldado no se dio por vencido; cruzó el pueblo y llegó al final, donde estaba el lavadero público.  Halló unas cuantas muchachas y les dijo:
- ¡Muchachas! ¿Nunca han probado la sopa de piedras que hago?

Las muchachas se burlaron de él diciendo:
- ¿Una sopa de piedras? No hay duda de que estás loco.

Pero había unos niños que estaban espiando y se acercaron al soldado cuando éste se marchaba decepcionado.
- Soldado, ¿te podemos ayudar? Le dijeron.

- ¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer el fuego.

Rápidamente los chiquillos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encienden el fuego, ponen la ola, la llenan de agua, lavan muy bien las piedras y las echan hasta que el agua comenzó a hervir.

- "¿Podemos probar la sopa?" preguntan impacientes los chiquillos.

- ¡Calma, calma!

El soldado la probó y dijo:
- Mm… Qué buena, pero le falta una pizca de sal!

- En mi casa tengo sal - dijo un niño. Y salió corriendo a buscarla.  La trajo y el soldado la echó en la olla.

Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo:
- Mm… qué rica! Pero le falta un poco de tomate.

Y un niño que se llamaba Luis fue a su casa a buscar unos tomates, y los trajo enseguida.

En pocos momentos los niños fueron trayendo otras cosillas: patatas, lechuga, arroz y hasta un pedazo de pollo.

La olla se llenó, el soldado revolvió una y otra vez la sopa hasta que la probó de nuevo y dijo:
- Mm… es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Vayan y avisen a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!

Repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo, que avergonzados reconocieron que, aunque era verdad que no tenían pan, juntos podían tener comida para todos.

Y desde aquel día, gracias al soldado hambriento aprendieron a compartir lo que tenían.

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