martes, 8 de mayo de 2012

Peces confundidos

El pez ardilla es, obligadamente, un habitante nocturno del arrecife de coral. Sus ojos de un tamaño mayor a la medida normal (de donde recibe su nombre) poseen un tejido situado detrás de la retina, que se conoce como tapetum lúcidum, que forma como pequeños espejitos que se acomodan para reflejar y ampliar hasta un millón de veces la muy escasa luz nocturna.

Esta forma de amplificar la luz le permite capturar pequeños invertebrados iluminados apenas por la luz de las estrellas.  Pero es esa misma propiedad que convierte al pez ardilla en enemigo del sol.  Es por eso que durante el día se esconde en las sombras de pequeñas cavernas submarinas, el interior de naufragios o debajo de los aleros que forma el coral.
 
Estos pequeños draculeanos evitan la luz del sol que los cegaría completamente poniéndolos a merced de sus enemigos. Tal vez por eso, durante el día, mientras duerme en su lecho de oscuridad, apaga el color rojo intenso de su cuerpo hasta convertirse en un pez pálido y deslucido.
 
Con las primeras horas del atardecer, cuando el sol aún no terminó de caer, los peces ardillas, vestidos aún con su tono pálido comienzan a recorrer el arrecife en busca de presas.  Al principio se los ve torpes y aletargados pero a medida que oscurece, sus cuerpos cada vez más bermellantes, se mueven con mayor ductilidad poniéndose más agresivos en la búsqueda de alimento.
 
Puede que el color rojo intenso tenga alguna relación con la excitación que provoca la caza, mientras que el color pálido se logre al distender los músculos durante el descanso.
 
A diferencia de otros animales, el pez ardilla no parece tener un reloj biológico que le avise que llegó la hora de comer, sino que parece guiarse por la intensidad de luz que puebla el arrecife.  Cuando empieza a descender la intensidad de luz es por que está oscureciendo y si está oscureciendo, es hora de ir a cazar.
 
Es así que en los días nublados los buzos solemos sorprendernos al ver cardúmenes de peces ardilla suspendidos a media agua y, todavía vestidos de pálido. Se reúnen en grupos como si no supieran qué hacer, aletargados y confundidos.  Pueden pasar horas fuera de sus cuevas, expuestos a los depredadores sin entender por qué no termina de hacerse de noche, por qué no llega la protectora oscuridad.  Sorprendidos por un día sin sol, parecen no encontrar la respuesta para salir de su letargo.
 
Residentes de un mundo sin cielo, los peces ardilla nada saben de las nubes ni de soles escondidos. Tal vez el equilibrio ecológico haya diseñado para ellos un tendón de Aquiles para evitar su superpoblación. O tal vez sea el mar que se divierte confundiendo a sus inocentes habitantes. Después de todo, las nubes no son más que mar evaporado que juega a esconder el sol.
 
Reflexión
El hábito de la costumbre puede ser una buena cosa en muchas circunstancias, pero también puede volverse algo peligroso.  Aunque nos brinda disciplina, esa ritualidad podría convertirse en una programación automática, sin siquiera darnos cuenta, y nublar nuestra visión, dejándonos confundidos, como a los peces ardilla.  Estar acostumbrados a realizar ciertas cosas de cierta forma puede darle estructura a nuestras vidas, pero no debemos perder de vista que la vida siempre está en constante cambio, y tenemos que reinventarnos y aprender constantemente nuevas y mas eficientes formas de hacer las cosas.  Además, para disfrutar plenamente de la vida, debemos aventurarnos, tener nuevas experiencias, tratar de hacer las cosas de forma diferente de vez en cuando, experimentar con otras alternativas y modificar la rutina.  No podemos andar por la vida, adormilados, como robots programados.  Debemos estar preparados para hacerle frente a los inconvenientes y poder actuar con rapidez cuando las cosas no nos parezcan familiares, para no quedar a merced de la confusión y el desconsuelo.  Es bueno tener costumbres porque nos hacen la vida mas sencilla, pero no permitamos que toda nuestra vida gire en torno a ellas.

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